Es imposible hablar de la lucha contra la violencia hacia las mujeres sin recordar sus nombres. Cada una de ellas cuenta una historia interrumpida, una vida arrebatada por una sociedad que, pese a los avances, aún no logra protegerlas. 

En lo que lleva de año, en Chile, 40 mujeres fueron víctimas de femicidio. Ellas son el reflejo más brutal de un sistema que sigue fallando.

En el mundo, una de cada tres mujeres ha sido víctima de violencia física o sexual al menos una vez en su vida. Este es solo el inicio de un espiral que puede terminar de la peor manera: cada 10 minutos una mujer es asesinada, según cifras de Naciones Unidas. En 2023, más de 51.100 mujeres murieron a manos de sus parejas o familiares, y mientras se leen estas líneas, muchas otras luchan por sobrevivir.

La necesidad de narrarnos

En los últimos meses, los titulares han puesto nuevamente en evidencia las violencias patriarcales en todas sus formas. Casos como las denuncias contra figuras públicas, entre ellas el exfutbolista Jorge Valdivia y el exsubsecretario Manuel Monsalve. Asimismo, el caso de violación que impactó Francia de Gisèle Pelicot, han hecho eco de una realidad que las mujeres enfrentan desde siempre, en todos los espacios. Muchas veces, identificar estas violencias cuesta, han sido normalizadas, integradas en lo cotidiano y disfrazadas de “costumbres”.

La violencia contra la mujer no solo es física; también es psicológica, económica, simbólica, sexual y política. Se manifiesta en el acoso callejero, el hostigamiento cibernético, la trata de personas, la mutilación genital, los matrimonios forzados y hasta en los espacios de salud, a través de la violencia gineco-obstétrica. Es un continuo que afecta todos los aspectos de la vida, dejando cicatrices visibles e invisibles.

De leyes y luchas pendientes

En Chile, la Ley de Femicidio de 2010 (Ley N.º 20.480) marcó un hito al tipificar este delito, aunque inicialmente limitado al ámbito de pareja o familia. Posteriormente, la Ley Gabriela (Ley N.º 21.212) amplió la tipificación para incluir asesinatos motivados por razones de género, independientemente de la relación con el agresor. Sin embargo, la justicia sigue siendo esquiva: la interpretación judicial es clave y, en muchos casos, insuficiente.

Más allá de las cifras, hay historias que no alcanzan a ser contadas. El suicidio femicida, por ejemplo, ocurre cuando mujeres ven en la muerte su única salida frente al sufrimiento causado por la violencia machista y la impunidad de sus agresores, como es el caso de Antonia Parra. El castigo femicida, por otro lado, representa un acto extremo de control, donde el agresor, al no poder dominar a la mujer, busca lastimarla de la forma más cruel: quitándole algo o a alguien que ama.

Hacia una sociedad sin violencia

La violencia hacia las mujeres no es solo un problema privado, es una responsabilidad colectiva. No basta con indignarse ante cada caso, se requiere acción. 

Las líneas de ayuda como el 1455 en Chile son fundamentales, pero también lo son las campañas de educación, los programas de prevención y la denuncia activa de todo acto de violencia, por más «pequeño» que parezca.

Este 25 de noviembre, recordemos sus nombres. Que no sean sólo cifras, sino símbolos de una lucha que no se detiene. Por ellas y por todas las que hoy alzan la voz, comprometámonos a no callar, a construir un mundo donde ninguna mujer deba temer por su vida.

En memoria de: 

Fuente: Red chilena contra la Violencia hacia las Mujeres